Estaba siendo un viaje soñado en familia. Llegamos a Cadaqués en pleno atardecer. Las casas blancas combinaban con el azul del mar y el rosa del cielo. Las olas chocaban contra el puerto para saludarnos y grabarnos el momento. Cenamos y brindamos con mi papá, mi mamá y Andy. No podíamos pedir más. Pero si podía ir a menos.
Desperté de madrugada con un dolor agudo en el abdomen. La comida, pensé. En la oscuridad encontré el baño y me entró una desesperación entre no estar completamente despierto y el dolor que se disparó. Mis papás y Andy me encontraron retorciéndome en el suelo.
Por la mañana no encontrábamos una sola farmacia abierta. Viajamos a la ciudad más próxima. Nada. Teníamos tickets para el museo de Dalí y yo sabía cuanto mi mamá quería conocerlo. Aguanté una hora y media rotando entre 2 asientos del museo: de un banco y un baño. El malestar y mi angustia incrementaron y supe que ya no podía más. Aun siento algo de culpa de no haberlos dejado disfrutar tranquilos.
Estábamos a 3 horas de Barcelona, pero Andy encontró una farmacia en las afueras de Girona a 40 minutos. Me dieron los ansiados medicamentos y pensé que eso sería todo. Un dolor de panza para el olvido. Al llegar a casa parecía que lo peor había pasado.
Desperté nuevamente de madrugada con el dolor aun más fuerte y rogué que me llevaran a emergencias. Me ingresaron en una camilla incómoda donde me pusieron suero. A las horas una enfermera entró con las buenas noticias que tenía apendicitis. Poner nombre a tu angustia es un primer alivio.
Me dijeron que, si tenía suerte, me operarían en la tarde, si no, en la noche. Yo quería que me abran ya. Nunca imaginé que se podría desear tanto una cirugía.
Me internaron en el 5to piso, una habitación muy bonita con televisión y baño privado. En la noche apareció un enfermero: “¡Tu turno al bisturí!” (no dijo eso). Me bajó a la ante sala de quirófanos y apareció el Dr. Picasso (eso si es verdad). El artista me explicó amablemente el proceso. “Te haremos una cirugía laparoscópica… tendrás 3 pinceladas pequeñas… es un trabajo sencillo…”. En el quirófano habían muchas personas. La anestesióloga me dijo que contara del 10 al 0, pero que posiblemente me dormiría en el 5.
10, 9, 8…
Desperté en la habitación incómodo, hinchado y confundido. No me podía mover a los lados. No tenía hambre. No quería hablar con nadie. No quería mi celular. No a todo. 3 días y estarás mejor, mintieron.
El día 3 estaba peor. Me sentaba en la taza para evacuar y vomitar al mismo tiempo. Miraba al espejo y en mi cuerpo había poca vida. No quería que llegue la noche porque el silencio, el dolor y mi cabeza no sabían estar juntos.
“Creo que me quiero morir”, le dije con culpa a Andy.
Me estaba yendo. Rendirme parecía la mejor solución. Después de días sin mi celular, lo pedí. Necesitaba otro tipo de ayuda. Mandé unos audios espeluznantes a Jordana. Mi voz sin fuerza es algo que aun me cuesta escuchar. Noté que Jordi se dio cuenta que esto era serio y dijo que me ayudaría.
Al día siguiente me mandó un audio que nunca olvidaré: “Hazte amigo del dolor. No huyas. No lo juzgues. ¿Puedes ver el regalo que contiene?”. Fueron algunas de sus palabras.
“¡UN RENACIMIENTO!”, me cambió completamente la perspectiva. En medio de tanto dolor, sentado en la taza después de vomitar me miraba al espejo y me sonreía. Está bien hay campo para los dos. Para el dolor y para mí.
Los doctores no parecían entender qué me pasaba. Las vacaciones de mis papás pasaron a ser una pesadilla. Eso si, estaba agradecido de tenerlos cerca cuando lloraba ansioso. Entre las caricias suaves de mi mamá y la mano fuerte y áspera de mi papá cuando me bañaba, empezaba a sentir esperanza.
Andy durmió todas las noches al lado mío en el sofá-cama. Hizo “Hospital Office” y soportó mis gritos nocturnos. Yo me quejaba y dormida se levantaba. Me daba paz escuchar su respiración en mi insomnio.
Encontraron pus acumulada en el área donde solía estar mi apéndice. Algo aparentemente muy sencillo que podría volverse sumamente peligroso. Me cambiaron de antibiótico y a cruzar dedos. Entre dudas y la pronta partida de mis papás, mi hermano Daniel llegó de Berlin a reforzarnos. Me hizo reír varias veces con sus ocurrencias y trajo mi Play Station de casa.
Al 6to día, después de tomar solo líquidos y más amistado con el dolor, una voz surgió dentro de mí: “Tienes que comer”. No quería, pero le pedí un caldo de pollo a la enfermera. Al 7mo día le pedí un caldo de verduras. Al 8vo día le pedí un poco de arroz para el caldo. Mi ánimo fue mejorando.
Mis papás me preguntaron si quería que se quedasen. Yo sentía que ya podría a partir de ahí. Les dije muchas gracias, que ya podían y debían retomar sus vidas. Aparte, entre Griffin (mi hermano) y Andy supe que tenía equipo. Ya me podía bañar solo también. Esa despedida fue la más dura de mi vida. Yo en bata de hospital, el susto y ellos teniendo que subirse a un avión para alejarse miles de kilómetros. Nunca olvidaré sus rostros llenos de lágrimas mientras se marchaban por la puerta. Estoy seguro que me aman.
En total, pasé 3 semanas en el hospital. Mis días se volvieron rutinarios. Veía Guardianes de la Bahia en español de España. Uno que otro partido del Mundial Sub 21. Y también esos programas adictivos de NatGeo, era interesante como esos herreros podían hacer armas y justo cuando las iban a poner a prueba… PUBLICIDAD. FUCK! Después, entraban las enfermeras, varias amorosas, unas cuantas odiosas. Mi vena ya no soportaba tanto suero, las amorosas la cuidaban y las odiosas me hacían retorcerme de dolor. Las buenas eran Aries y Virgo. Las malas qué me importa.
Entre tests y opiniones divididas, los doctores me mantuvieron preso el día de mi cumple. Andy me trajo 10 regalos en todo el día. Parecía esos bebés que te muestran todos sus juguetes uno por uno. Pero eran para mí. Vinieron amigos y amigas a abrazarme y a conversar. Me trajeron regalos y detalles. Por decencia, ya no estaba en bata. Incluso trajeron torta y cantamos.
Cantamos por la amistad y yo canté por mi vida.
Me dieron el alta dos días después. Joan fue a recogernos en su carro y la ciudad no se veía igual. Yo ya no era igual.
La enfermedad es una maestra extraña, pero muy sabia. Hay que saber escuchar su mensaje.
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Un agradecimiento gigante a mi papá, mamá, Jordana, Andy y Daniel por rodearme. Por sostenerme cada uno a su manera. Sin ustedes, no lo hubiera logrado.
Uff! Aveces es una enfermedad física o aveces es algo más interno. Pero es tan cierto q tenemos q aprender a querer ese dolor, venga de donde venga. Porque trae esa enseñanza, de la manera q menos nos agrada.
Jordi devolviendo a más de uno a está hermosa vida.
Uno quiere entender, aveces quiere cambiar la situación, no aceptar lo que sucede. Hazte amiga del dolor me cambia la perspectiva. Muchas gracias, Luis!
Lloré y reí
Y crecí
De solo leerte
Gracias hermano